De musas y sueños se construye el cielo

Sigo teniendo el mismo problema. Mi mente se infla de pensamientos, unos más agradables, otros menos, pero entre todos consiguen desarmar mi equilibrio, llenarme de una inquietud que no me permite reposar, sobre todo cuando me enfrento con la almohada e intento por todos los medios que me muestre la puerta al mundo de Morfeo. Sí, exactamente eso es lo que me ocurre hoy. Hace mucho que no pasaba, pero eso no significa que hubiera olvidado lo desagradable que es mi papel en esa situación.

Y es que, en estos momentos, escribir es lo único que me salva, es lo único que pone una nota de color en el hecho de no poder dormir, de ser derrotado por los mecanismos de mi propia mente. Escribir me hace sentir que, al menos, de esta situación saldrá algo bueno, algo que merezca la pena. Claro que, preferiría que la escritura siguiera un cauce menos insomne y estar ahora en los cielos de mi subconsciente (que, por cierto, es más infierno).

Resignémonos a que una vez más salga algo positivo del hecho de escribir. Al fin y al cabo, las palabras vuelven a surgir libres y salvajes, como antaño. Y eso es motivo de celebración profunda. Solo aquellos que han escrito y que han sentido la pasión y la sensualidad de las palabras pueden llegar a entender lo que se siente cuando la musa nos abandona durante un periodo prolongado.

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